
Ese año Argentina estaba
contentísima por una situación que hacía mucho tiempo no tenía: desendeudada y
con gran liquidez gracias al aumento de los precios de los commodities. El
Consenso de Washington había quedado en el olvido. Junto con algunos Estados de
la región estábamos embarcados en un nuevo proceso de integración política,
económica y comercial que nos generaría mayor autonomía. Justamente frente a los
mismos que nos llamaban para idear una nueva receta.
¿Por qué Argentina se tenía que
sentar con países muy diferentes a debatir sobre la necesidad de un nuevo orden
económico? ¿Con que interés o porque motivo debíamos ser solidarios con estas
potencias en crisis? Entonces, sobrevolaba una idea: en cualquier momento las
papas se nos podían quemar a nosotros.
Pasaron diez años. En 2018 Argentina vuelve a verse vulnerable como la
periferia subdesarrollada que siempre fue. Y lo que es peor aún, parece haber
perdido la memoria de que la especulación del mercado financiero provocó en parte
la última gran crisis de 2001. Además simula no ver que el orden internacional
tiene nuevos pilares. Hoy como siempre, pero principalmente como en los viejos
tiempos, las reglas las pone el más fuerte.
Para Trump lo primero es la
economía, por sobre el cambio climático, por sobre los derechos humanos, por
sobre lo que se interponga en el camino. Luego le siguen los países que forman
parte de su “esfera de interés”, con los cuales trata de manera bilateral. El
multilateralismo… ¿Qué era el multilateralismo para Trump?
Nuestro canciller Jorge Faurie repite
a cada rato “Reafirmamos el respaldo al multilateralismo”. Pero no es un
problema exclusivamente argento. Los miembros de la Unión Europea están más o
menos igual. En cada discurso que pueden recuerdan lo importante que es actuar
en conjunto. El desmembramiento de una organización que les llevó más de 70
años construir no es chiste.
Los latinoamericanos: Brasil y México
Nuestros aliados del G20 más cercanos
deberían ser sin dudarlo: Brasil y México. Los únicos integrantes
latinoamericanos del organismo tendrían que definir una agenda regional común para
aumentar su poder de negociación. Pero es más lo que los separa, que lo que los
une. Actualmente ninguno tiene el interés puesto en el G20. Ambos están
iniciando un nuevo ciclo político que tendrá consecuencias totalmente
desconocidas para la región como no pasaba en mucho tiempo.
México se encuentra en plena asunción de mando de Andrés Manuel
López Obrador (que tomo el cargo justo el 1 de diciembre) y la cumbre de Buenos
Aires fue la última actividad como mandatario de Enrique Peña Nieto. En cuanto
a Brasil, tendrá nuevo presidente en
un mes (Bolsonaro asume el 1 de enero). El canciller de Itamaraty será Ernesto
Araujo, un diplomático muy crítico de la globalización y de las instituciones
multilaterales.
Argentina, como siempre, sin política de Estado
En 2015, en la Cumbre de Brisbane,
Argentina logró incorporar al debate y a la declaración final un asunto muy
sensible para los países en desarrollo: la reestructuración de las deudas
soberanas y los “fondos buitres”. Fue un momento histórico clave porque el
mismo G20 había tomado a esta propuesta como un avance “para reforzar los
límites a la disciplina y la predictibilidad de los procesos de reestructuración
de la deuda soberana”.
Se trató de un esfuerzo que fue tirado
por la borda un año después. En 2016, Mauricio Macri acuerda con los “fondos
buitres”. Entonces nuestra credibilidad como Estado soberano se devalúa como
nuestra moneda. Hoy Argentina tiene una política exterior que una vez más, como
tantas en nuestra historia, volvió a perder autonomía.
El mundo cambió demasiado en no
mucho tiempo. El G20 ya no busca grandes acuerdos colectivos como en un
principio. No sólo es culpa de Trump que ni siquiera quiso exponerse en la
única instancia que tenían los Jefes de Estado para verse las caras a solas.
Este año también se le sumó Italia, y el que viene lo hará Brasil. Nunca el
mundo se sintió un lugar tan impredecible.
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