Esta semana el presidente de México dijo "Envié ya
una carta al Rey de España y al Papa para que se haga un relato de agravios y
que se pida perdón a los pueblos originarios por las violaciones a lo que ahora
se conoce como derechos humanos. Hubo matanzas, imposiciones... la llamada
conquista se hizo con la espada y con la cruz".
Causó un revuelo bárbaro. Como si hubiera dicho una
mentira. Se lo acusó de todo: de que este pedido podría ser un mensaje para las
empresas trasnacionales españolas vinculadas con casos de corrupción, que su intención es demostrar que México ya
no es un territorio de conquista, que quiere desviar la atención sobre los
complejos temas actuales a solucionar como la violencia, la impunidad rampante
o el colapso del sistema de justicia.
El Papa ya se disculpó en 2015 en su visita a Bolivia y
por eso ni habló del tema. En Santa Cruz de la Sierra dijo ante una multitud:
“Quiero ser muy claro, como lo fue San Juan Pablo II: pido humildemente perdón,
no sólo por las ofensas de la propia Iglesia sino por los crímenes contra los
pueblos originarios durante la llamada conquista de América”. Francisco tiene
la conciencia limpia.
En cuanto a España, hubo una rápida reacción y el
gobierno emitió un comunicado diciendo: "La llegada, hace 500 años, de los
españoles a las actuales tierras mexicanas no puede juzgarse a la luz de
consideraciones contemporáneas. Nuestros pueblos hermanos han sabido siempre
leer nuestro pasado compartido sin ira y con una perspectiva constructiva, como
pueblos libres con una herencia común y una proyección extraordinaria". En
resumidas cuentas: “el pasado pisado”. Como si para las “consideraciones
contemporáneas” hubiera cambiado la gravedad de la vida, la muerte, la tortura,
la esclavitud.
Este pedido de disculpas de Andrés Manuel López Obrador
trae de vuelta una herida ancestral. Y a nadie le gusta que le revuelvan las
heridas.
Fue tanto el esplendor de España entre los siglos XV y
XVI que se llamó el “Siglo de Oro”. Es el momento de Colón, Velázquez,
Cervantes. El virreinato de la Nueva España era su joya en el nuevo continente.
Cuestionar la toma de Tenochtitlan implica cuestionar el único gran momento del
cual España se enorgullece y con el que se hace un lugar de prestigio dentro de
Europa.
Ese “Siglo de Oro” fue de ruinas y sumisión para México. Los
mexicas resistieron hasta las últimas consecuencias a los españoles que les
tomó tres años tener el control de Tenochtitlán, hoy México DF. Y cuando
pudieron hacerlo en 1521, se encargaron de destruir uno a uno los monumentos de
su civilización para levantar sobre éstos los cristianos.
Hoy en la plaza de las Tres Culturas en el centro del
Distrito Federal, está grabada en piedra esta frase: “El 13 de agosto de 1521,
heroicamente defendida por Cuauhtémoc, cayó Tlatelolco en poder de Hernán
Cortés, no fue triunfo ni derrota, sino el doloroso nacimiento del pueblo
mestizo que es el México de hoy”.
En su libro “México, un Estado norteamericano”, Alain
Rouquié cuenta que “Para los mexicanos, su país no tiene sólo dos siglos de
existencia: es un viejo de dos mil o tres mil años”. El ex embajador de Francia
en México, profundo conocedor de esta cultura cuenta que “Hernán Cortés, el más
culto de todos los conquistadores, no tiene plaza, avenida, ni estatua ecuestre
en México, la representación más conocida en la capital que fundó y diseñó es la del muralista Diego Rivera en uno de
sus frescos históricos de Palacio Nacional, donde aparece como un enano jorobado
y deforme”. Y afirma que, como en ningún otro país del continente, en éste la
época de la colonia “está prácticamente excluida de los fundamentos históricos
de la nación”.
Quienes no están de acuerdo con el pedido de López
Obrador dicen que España ya se disculpó hace más de 180 años, a través de un
Tratado firmado por México y la Reina Isabel II, el 29 de diciembre de 1836 en
el que se acordó “olvidar para siempre las pasadas diferencias..." pero esto no es ni por
lejos una disculpa. Lo que propone es olvido.
La herida ancestral quedó del lado de México. Fueron casi
300 años de desprecio y vejaciones a lo indígena. Los 200 años posteriores se
trató, sobre ese legado, de construir una nación. El flamante presidente, que
asumió a fines de 2018, demuestra que su país está listo para este perdón
simbólico. España le está negando esta posibilidad.
Cuando Barack Obama realizó la primera visita de un
presidente estadounidense en ejercicio a Hiroshima en 2016, pedir disculpas no
fue ni siquiera una opción. A su parecer, las dos bombas atómicas que autorizó su
homologo Harry Truman 71 años atrás y mataron no se sabe a cuanta gente (más de
220 mil seguro) no lo ameritaba.
Antes de su llegada, la cadena japonesa NHK le preguntó
si su visita incluiría una disculpa. El entonces presidente Obama afirmó:
"No, porque creo que es importante reconocer que en medio de una guerra
los líderes toman todo tipo de decisiones (…) El trabajo de los historiadores
es plantear preguntas y analizarlas, pero yo, que he estado en esta posición
durante los pasados siete años y medio, sé que cada líder debe tomar decisiones
muy difíciles, particularmente durante una guerra".
Una disculpa no puede reparar el daño, por eso siempre es
simbólica, pero alivia las heridas. No importa cuánto tiempo haya pasado. Ante
el sufrimiento de un hombre, causado por otro hombre, siempre hay uno que espera
una. En tiempos de paz, pedir “humildemente perdón” por las brutalidades puede
ayudar a aligerar muchos espíritus. Probablemente este sea un mundo de demasiada
necedad sino no se entiende porque cuesta tanto arrancar una disculpa.
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