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Lo que Emmanuel Macron nos enseñó sobre Donald Trump


En 2018 parece ser Emmanuel Macron quien está más consciente que muchos otros mandatarios de la necesidad de explotar lo que en relaciones internacionales llamamos, gracias a Joseph Nye, el “poder blando”. Un Estado lo utiliza cuando tiene muchas debilidades principalmente económicas y militares. Entonces, al no poder presionar a otros países mediante una intervención o aplicándole sanciones comerciales, se utilizan elementos como la atracción o la persuasión para ver si se logra algo.

El joven presidente de Francia parece haber entendido esto a la perfección. En campaña afirmo que buscaba hacer un país económicamente más competente. Pero desde que asumió en mayo de 2017, las manifestaciones no se detienen debido a los recortes en el gasto público y los intentos de reforma laboral que tienden a la flexibilización. Su imagen fue cayendo y hoy cuenta al menos con un 58 por ciento de descontento. Esta debilidad interna es un punto a tener en cuenta.

Al exterior, Francia por si sola tiene muy poco margen de maniobra. Para analizar su situación en el mapa internacional debemos que tener en consideración, además de Estados Unidos, a otras dos potencias que marcan el paso: China y Rusia.

En lo económico, el crecimiento de Francia se desaceleró fuertemente en el primer trimestre de 2018. El Producto Interno Bruto creció un 0.3 por ciento entre enero y marzo, por detrás de los resultados del último trimestre de 2017  que fue del 0.7 por ciento. La francesa es la segunda economía de Europa después de la alemana. Y hay que tener en cuenta, que es China quien le sigue a Estados Unidos como la economía más importante del mundo.

Por el lado militar, las fuerzas armadas galas no sirven para aportar demasiado más allá de sus históricos y hermosos desfiles. Antes, Estados Unidos necesitaba de Francia para mantener la estabilidad en Europa y en sus colonias, pero ya no. Al contrario, los militares norteamericanos consideran al ejército francés, una molestia más que una ayuda, y recalcan su atraso tecnológico. En ese sentido, China anunció este año que va a acelerar el crecimiento de su presupuesto militar para modernizar las fuerzas armadas destinando 175.000 millones de dólares. Esto es cuatro veces menos que Estados Unidos que invierte 603.000 millones de dólares, pero casi tres veces más que Rusia con 61.000 millones. En cambio, Francia está muy por atrás y destina a gasto militar unos 49.000 millones, doce veces menos que los Estados Unidos.

Otro punto a tener en cuenta es el debilitamiento de la Democracia. Aún aquellas que parecían firmes corren peligro en Europa con movimientos nacionalistas cada vez más sólidos como por ejemplo Gran Bretaña, Alemania y también Francia. Aunque si pensamos en China, en marzo de 2018, un gran cónclave del régimen comunista, que siempre le impuso ciertas limitaciones al ejecutivo, le permitió al presidente Xi Jinping permanecer en su cargo por tiempo indeterminado.

En relación a Rusia, el poder de Vladimir Putin es aplastante. Fue reelegido en marzo de este año para un cuarto mandato con más del 70 por ciento de los votos, cuando en 2012 había obtenido el 63.6 por ciento. Y no nos olvidemos de Estados Unidos, que aún tiene a su población desconcertada con este presidente acusado de acoso y escándalos sexuales diversos, envuelto en el Rusiagate, lidiando con las filtraciones de datos de Cambridge Analytica y batallando día a día con renuncias o despidos de funcionarios de primer rango.

En este contexto, es muy pragmática y acertada la actitud que tomo Emmanuel Macron. Así como muchas veces nos es difícil explicar porque alguien nos cae bien o no, Macron y Trump lo hicieron desde el principio y hubiera sido un desperdicio que el francés no utilizara esto a su favor. El ex presidente François Hollande ya había dicho que su ex colega era besucón y de “tuteo fácil”. Entonces éste utilizó sus dotes para la cercanía física e intentó crear una relación fuerte con Donald Trump para fortalecerse interna y externamente.

El presidente galo empezó el juego el año pasado con los festejos de la toma de la Bastilla, y aprovechó también el aniversario de la entrada estadounidense en la Primer Guerra Mundial, para invitar a Trump a participar en el desfile militar. Fue un viaje en el que Macron se ocupó que esté cargado de símbolos históricos. Los mandatarios visitaron juntos la tumba del mariscal Foch, comandante supremo del comando aliado en la Primera Guerra Mundial, el Museo Nacional de Guerra y la tumba de Napoleón en el Palacio de los Inválidos. El anfitrión intenta acercar la relación afirmando en su discurso que "Nada nos separará jamás". En esa ocasión todos vimos lo que, en principio pareció, un tenso apretón de manos que duró 28 segundos. A partir de allí, la afinidad comenzó a darse de manera espontánea aunque Macron confeso que esa acción, que pareció durar una eternidad, no era algo “inocente” dando a entender que la tenía milimétricamente pensada.

La personalidad de Donald Trump, que parece sólo guiarse por las emociones, y por toda acción que le sume y no le reste, hace que menosprecie al débil. Al mandatario le gustan los retos que le provocan las personalidades fuertes que no le temen, como Putin y Xi Jinping, a los cuales, más allá de las diferencias que los separan, los respeta y se le nota. Llego a llamarlos “amigos” y hay cierta consideración especial para con ellos.

Trump tiene 71 años y Macron 40, vienen de generaciones muy distintas. Su relación puede verse posiblemente como la de padre e hijo. En una de las imágenes de ésta última visita a la casa Blanca se ve como el viejo acarrea al joven, que se deja llevar muy gustoso de la muñeca. Parecía un padre llevando disimuladamente a la rastra a su hijo más o menos caprichoso. Macron inicia, Trump acompaña. O a veces al revés y ambos lo hacen con mucha complacencia y mostrando hasta cierto gozo. Es una relación que parece encantarles.

Conseguir contacto físico con Trump es un gran logro. Es la primera vez que un par lo trata sin miedo y hace uso, y hasta abuso, de ese trato fraternal. Tanto, que dio lugar a burlas de los muchos besos y abrazos que se dieron, combinados con palmaditas en la espalda, en la rodilla y hasta el simulado gesto de limpiar la caspa de la solapa. Es una relación genuina, sin dudas. Macron es el primer mandatario mundial que ha sido invitado a una visita de Estado desde que Trump llegó al poder. Y esta confraternidad se fue tejiendo de a poco. Dicen que hablan muy seguido por teléfono. El galo presumió que fue él quien le hizo entender a su par la importancia de no retirarse de Siria y dejar el terreno libre a Rusia o Irán en Medio Oriente, cuando dos semanas antes éste había anunciado que retiraría a 2000 soldados del lugar.

En este último viaje, el presidente de Francia nos dio una clase magistral de cómo tratar a Donald Trump. La cercanía construida da la sensación que el vínculo no va a cambiar por más divergencias políticas que existan. El ex director de Comunicaciones Estratégicas del Consejo de Seguridad Nacional de Barack Obama, Brett Bruen, analizó: "Macron ha demostrado ser un maestro de lo que Trump presume: el arte de negociar. En sus interacciones con el presidente de Estados Unidos ha sido capaz de olvidarse de la sustancia, centrarse en el aspecto emocional, e inundarle con halagos y con un toque de sofisticación francesa".

En sus discursos, el mandatario menor intentó hacerle entender al mayor, que los modelos nacionalistas y aislacionistas son ideas viejas. Como un hijo que quiere hacerle entender al padre que ahora no está de moda el rock por más bueno que sea, sino el reggaetón. Le guste o no. Entonces buscó explicarle que “Éste país (Estados Unidos) ha inventado el multilateralismo y ahora necesita reinventarlo para crear un nuevo orden mundial del siglo XXI”. Le expuso que "una guerra comercial no es la respuesta apropiada" si piensa seguir aplicándole aranceles a sus productos. Y le sugirió que debe preocuparse por el medio ambiente revelándole esperanzado: "Estoy seguro de que algún día Estados Unidos volverá al Acuerdo de París".

Más allá de esto, el principal objetivo del viaje parece que no fue cumplido.  El francés no tuvo éxito en persuadir al presidente norteamericano de que no se salga del Pacto de No Proliferación Nuclear con Irán y declaró: “Creo que (Trump) acabará con el acuerdo por razones domésticas”. De todas maneras, no por eso vamos a despreciar los logros del francés.

Macron conquistó el espacio que dejo libre la Canciller alemana Angela Merkel para convertirse en el interlocutor entre Estados Unidos y la Unión Europea. Así como todos vimos el interminable apretón de manos de 28 segundos, también advertimos el tenso ambiente que se vivió en marzo de 2017 en el Salón Oval, cuando la alemana y el norteamericano posaban para las cámaras. Trump evitó el protocolar estrechón de manos y ante el insistente grito de los periodistas, Merkel le pregunta si quería que se dieran la mano, pero éste, muy descortés ni siquiera le contestó.

Con esta coyuntura interna y externa, sumada a la personalidad imprevisible y necesidad constante de admiración que sufre el presidente de los Estados Unidos, el juego que inició Macron parece servirle. La historia regala al mundo un mandatario muy atípico para una sociedad como la norteamericana que no está acostumbrada a ver a su mandamás con reacciones raras y altibajos constantes. Alguien que cuenta con un narcisismo a flor de piel y tendencias manipuladoras, racistas, autoritarias y arrogantes. Entonces en este contexto el resultado para Emmanuel Macron pasa a ser todo ganancia.

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