
El joven presidente de
Francia parece haber entendido esto a la perfección. En campaña afirmo que
buscaba hacer un país económicamente más competente. Pero desde que asumió en
mayo de 2017, las manifestaciones no se detienen debido a los recortes en el
gasto público y los intentos de reforma laboral que tienden a la
flexibilización. Su imagen fue cayendo y hoy cuenta al menos con un 58 por ciento
de descontento. Esta debilidad interna es un punto a tener en cuenta.
Al exterior, Francia
por si sola tiene muy poco margen de maniobra. Para analizar su situación en el
mapa internacional debemos que tener en consideración, además de Estados Unidos,
a otras dos potencias que marcan el paso: China y Rusia.
En lo económico, el
crecimiento de Francia se desaceleró fuertemente en el primer trimestre de
2018. El Producto Interno Bruto creció un 0.3 por ciento entre enero y marzo,
por detrás de los resultados del último trimestre de 2017 que fue del 0.7 por ciento. La francesa es la
segunda economía de Europa después de la alemana. Y hay que tener en cuenta,
que es China quien le sigue a Estados Unidos como la economía más importante
del mundo.
Por el lado militar,
las fuerzas armadas galas no sirven para aportar demasiado más allá de sus
históricos y hermosos desfiles. Antes, Estados Unidos necesitaba de Francia
para mantener la estabilidad en Europa y en sus colonias, pero ya no. Al
contrario, los militares norteamericanos consideran al ejército francés, una
molestia más que una ayuda, y recalcan su atraso tecnológico. En ese sentido, China
anunció este año que va a acelerar el crecimiento de su presupuesto militar para
modernizar las fuerzas armadas destinando 175.000 millones de dólares. Esto es
cuatro veces menos que Estados Unidos que invierte 603.000 millones de dólares,
pero casi tres veces más que Rusia con 61.000 millones. En cambio, Francia está
muy por atrás y destina a gasto militar unos 49.000 millones, doce veces menos que
los Estados Unidos.
Otro punto a tener en
cuenta es el debilitamiento de la Democracia. Aún aquellas que parecían firmes
corren peligro en Europa con movimientos nacionalistas cada vez más sólidos
como por ejemplo Gran Bretaña, Alemania y también Francia. Aunque si pensamos
en China, en marzo de 2018, un gran cónclave del régimen comunista, que siempre
le impuso ciertas limitaciones al ejecutivo, le permitió al presidente Xi
Jinping permanecer en su cargo por tiempo indeterminado.
En relación a Rusia, el
poder de Vladimir Putin es aplastante. Fue reelegido en marzo de este año para
un cuarto mandato con más del 70 por ciento de los votos, cuando en 2012 había
obtenido el 63.6 por ciento. Y no nos olvidemos de Estados Unidos, que aún tiene
a su población desconcertada con este presidente acusado de acoso y escándalos
sexuales diversos, envuelto en el Rusiagate, lidiando con las filtraciones de
datos de Cambridge Analytica y batallando día a día con renuncias o despidos de
funcionarios de primer rango.
En este contexto, es
muy pragmática y acertada la actitud que tomo Emmanuel Macron. Así como muchas
veces nos es difícil explicar porque alguien nos cae bien o no, Macron y Trump lo
hicieron desde el principio y hubiera sido un desperdicio que el francés no
utilizara esto a su favor. El ex presidente François Hollande ya había dicho
que su ex colega era besucón y de “tuteo fácil”. Entonces éste utilizó sus
dotes para la cercanía física e intentó crear una relación fuerte con Donald
Trump para fortalecerse interna y externamente.
El presidente galo empezó
el juego el año pasado con los festejos de la toma de la Bastilla, y aprovechó también
el aniversario de la entrada estadounidense en la Primer Guerra Mundial, para invitar
a Trump a participar en el desfile militar. Fue un viaje en el que Macron se
ocupó que esté cargado de símbolos históricos. Los mandatarios visitaron juntos
la tumba del mariscal Foch, comandante supremo del comando aliado en la Primera
Guerra Mundial, el Museo Nacional de Guerra y la tumba de Napoleón en el
Palacio de los Inválidos. El anfitrión intenta acercar la relación afirmando en
su discurso que "Nada nos separará jamás". En esa ocasión todos vimos
lo que, en principio pareció, un tenso apretón de manos que duró 28 segundos. A
partir de allí, la afinidad comenzó a darse de manera espontánea aunque Macron confeso
que esa acción, que pareció durar una eternidad, no era algo “inocente” dando a
entender que la tenía milimétricamente pensada.
La personalidad de
Donald Trump, que parece sólo guiarse por las emociones, y por toda acción que le
sume y no le reste, hace que menosprecie al débil. Al mandatario le gustan los
retos que le provocan las personalidades fuertes que no le temen, como Putin y
Xi Jinping, a los cuales, más allá de las diferencias que los separan, los
respeta y se le nota. Llego a llamarlos “amigos” y hay cierta consideración
especial para con ellos.
Trump tiene 71 años y
Macron 40, vienen de generaciones muy distintas. Su relación puede verse
posiblemente como la de padre e hijo. En una de las imágenes de ésta última
visita a la casa Blanca se ve como el viejo acarrea al joven, que se deja
llevar muy gustoso de la muñeca. Parecía un padre llevando disimuladamente a la
rastra a su hijo más o menos caprichoso. Macron inicia, Trump acompaña. O a
veces al revés y ambos lo hacen con mucha complacencia y mostrando hasta cierto
gozo. Es una relación que parece encantarles.
Conseguir contacto
físico con Trump es un gran logro. Es la primera vez que un par lo trata sin
miedo y hace uso, y hasta abuso, de ese trato fraternal. Tanto, que dio lugar a
burlas de los muchos besos y abrazos que se dieron, combinados con palmaditas
en la espalda, en la rodilla y hasta el simulado gesto de limpiar la caspa de
la solapa. Es una relación genuina, sin dudas. Macron es el primer mandatario
mundial que ha sido invitado a una visita de Estado desde que Trump llegó al
poder. Y esta confraternidad se fue tejiendo de a poco. Dicen que hablan muy
seguido por teléfono. El galo presumió que fue él quien le hizo entender a su
par la importancia de no retirarse de Siria y dejar el terreno libre a Rusia o
Irán en Medio Oriente, cuando dos semanas antes éste había anunciado que
retiraría a 2000 soldados del lugar.
En este último viaje,
el presidente de Francia nos dio una clase magistral de cómo tratar a Donald Trump.
La cercanía construida da la sensación que el vínculo no va a cambiar por más
divergencias políticas que existan. El ex director de Comunicaciones
Estratégicas del Consejo de Seguridad Nacional de Barack Obama, Brett Bruen, analizó:
"Macron ha demostrado ser un maestro de lo que Trump presume: el arte de
negociar. En sus interacciones con el presidente de Estados Unidos ha sido
capaz de olvidarse de la sustancia, centrarse en el aspecto emocional, e
inundarle con halagos y con un toque de sofisticación francesa".
En sus discursos, el
mandatario menor intentó hacerle entender al mayor, que los modelos
nacionalistas y aislacionistas son ideas viejas. Como un hijo que quiere
hacerle entender al padre que ahora no está de moda el rock por más bueno que sea,
sino el reggaetón. Le guste o no. Entonces buscó explicarle que “Éste país (Estados
Unidos) ha inventado el multilateralismo y ahora necesita reinventarlo para
crear un nuevo orden mundial del siglo XXI”. Le expuso que "una guerra
comercial no es la respuesta apropiada" si piensa seguir aplicándole aranceles
a sus productos. Y le sugirió que debe preocuparse por el medio ambiente revelándole
esperanzado: "Estoy seguro de que algún día Estados Unidos volverá al
Acuerdo de París".
Más allá de esto, el
principal objetivo del viaje parece que no fue cumplido. El francés no tuvo éxito en persuadir al
presidente norteamericano de que no se salga del Pacto de No Proliferación
Nuclear con Irán y declaró: “Creo que (Trump) acabará con el acuerdo por
razones domésticas”. De todas maneras, no por eso vamos a despreciar los logros
del francés.
Macron conquistó el
espacio que dejo libre la Canciller alemana Angela Merkel para convertirse en
el interlocutor entre Estados Unidos y la Unión Europea. Así como todos vimos
el interminable apretón de manos de 28 segundos, también advertimos el tenso ambiente
que se vivió en marzo de 2017 en el Salón Oval, cuando la alemana y el
norteamericano posaban para las cámaras. Trump evitó el protocolar estrechón de
manos y ante el insistente grito de los periodistas, Merkel le pregunta si
quería que se dieran la mano, pero éste, muy descortés ni siquiera le contestó.
Con esta coyuntura
interna y externa, sumada a la personalidad imprevisible y necesidad constante
de admiración que sufre el presidente de los Estados Unidos, el juego que
inició Macron parece servirle. La historia regala al mundo un mandatario muy
atípico para una sociedad como la norteamericana que no está acostumbrada a ver
a su mandamás con reacciones raras y altibajos constantes. Alguien que cuenta con
un narcisismo a flor de piel y tendencias manipuladoras, racistas, autoritarias
y arrogantes. Entonces en este contexto el resultado para Emmanuel Macron pasa
a ser todo ganancia.
Comentarios
Publicar un comentario